domingo, 3 de octubre de 2010

Palabras de Juanjo Osácar en la eucaristía


ACCIÓN DE GRACIAS EUCARISTÍA 25º ANIVERSARIO COU 84-85

Buenas tardes. Pues bueno, aquí estamos otra vez. En el mismo lugar volvemos a encontrarnos gran parte de los que, en mayo de 1985, nos reuníamos para despedir nuestro COU, y otros que compartieron al menos una parte de los 12 años que le precedieron. Faltan- y queremos recordar de corazón- algunos compañeros que ya han fallecido así como otros que por diversas circunstancias no han podido venir hoy. Pero, bien físicamente, bien en nuestro recuerdo, volvemos a juntarnos los mismos. Con más calvas que greñas y más patas de gallo que acné juvenil. Con menos ingenuidad y más sabiduría  (por aquello de que más sabe el diablo por viejo que por diablo), y con más realismo humilde que irredento activismo. Con más historia, en la que ya han dejado alguna huella nuestras potencialidades de entonces, y menos tiempo por delante para desarrollarlas. Pero los mismos; y pienso que con tanta o más ilusión y agradecimiento que entonces.

Ilusión la que han puesto y agradecimiento el que merecen, en primer lugar, los miembros de la comisión y todos aquellos que han colaborado para que tuviera lugar esta celebración. El tiempo, la iniciativa y las energías que han dedicado para organizar todo esto y, quizá más todavía, para localizarnos, entusiasmarnos y movernos a los demás son acreedores de nuestro reconocimiento y aplauso.

Pero hay más. Echando la vista atrás y repasando lo que nos han deparado estos 25 años, podemos encontrar muchos motivos de ilusión y agradecimiento.

En primer término, es de justicia mencionar la formación que aquí recibimos. Con aciertos y errores, como toda obra a cargo de seres humanos, la dedicación de los que fueron nuestros profesores ha estado en la base de nuestro posterior desarrollo profesional y humano. Lo que ahora somos, a lo que nos dedicamos, quizá sea el fruto híbrido de nuestra vocación, aptitudes, esfuerzo, suerte, condicionantes y necesidades, pero indudablemente se nutre no sólo de los conocimientos que lograron meternos en la mollera aquellos profesores, sino también de los hábitos y actitudes que supieron despertar y cultivar en nosotros.

Por otra parte, al recordar el colegio, algo que a todos nos viene a la cabeza de inmediato son los amigos. En los pupitres de una clase, practicando algún deporte, yendo de excursión o simplemente jugando a alto la malla en el recreo, tuvimos ocasión de vivir y experimentar la amistad. Aquellas amistades (que en muchos casos podrían considerarse hoy ya viejos amigos, mejor que amigos viejos) han contribuido a desarrollarnos como personas y han sido para nosotros una escuela de socialización, facilitando posteriores relaciones e incluso, en no pocos casos, la vida de pareja y, en consecuencia, la formación de nuestras propias familias.

Por último, el colegio, a través de los religiosos marianistas y de muchas otras personas vinculadas a ellos, nos dio a gustar un estilo de vida determinado. Nos permitió conocer a hombres y mujeres que se mostraban felices por vivir los valores que encarnó Jesús de Nazaret, y de intentar hacerlo al estilo de María, su madre. El desarrollo posterior que haya podido conocer nuestra vida de fe ha sido muy variado, según los casos, pero me atrevo a pensar que esta “forma de ser” en la que se nos educó nos ha ayudado a cada uno a plantearnos, a buscar, a retomar y a seguir con esperanza el sentido de nuestra vida.

Por todas estas cosas y otras muchas que cada uno recordamos; con la ilusión de pasar un rato juntos, charlar y echar unas risas; mirando con esperanza los próximos 25 años, muchas gracias y enhorabuena por haber llegado hasta aquí.

1 comentario:

  1. Me ha gustado mucho volver a leer tus palabras, y que nos pusieses voz a través de ellas ese día.

    Un abracico

    Angela

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